EL REGALO PERFECTO PARA WALL STREET: UN IMPUESTO A LAS TRANSACCIONES FINANCIERAS
Dean Baker
Como guante a la medida, un impuesto a las transacciones financieras [FTT, por sus siglas en inglés; T.] les iría de maravilla a todos esos banqueros e inversores de Wall Street. Un impuesto modesto, que sería demasiado pequeño para que el inversor medio lo notase, podría recaudar fácilmente más de 100 mil millones de dólares al año. Eso es dinero de verdad, incluso en el terreno de los rescates a AIG y Citigroup.
Los chicos de Wall Street y los políticos a los que dan su apoyo odian que la gente hable de un impuesto de este tipo. Empiezan a enfurruñarse y resoplar y sacan a sus mejores portavoces para rápidamente desestimar este tipo de visiones tan ingenuas que esgrimen los no iniciados en el complejo mundo de las finanzas. Este descrédito tan arrogante suele ser suficiente para alejar a periodistas e informadores de dicha idea, y para desanimar a la mayoría de grupos de interés y resto políticos de hacer presión en serio sobre esta cuestión.
Pero en el caso de aquellos que no se dejan intimidar fácilmente por los banqueros fanfarrones y sus voceros (que incluyen a muchos economistas), un FTT tiene todo el sentido del mundo. El porqué es bastante sencillo.
Un impuesto del 0,25% sobre la venta o compra de un activo afectará muy poco a alguien que planee mantenerlo durante 5-10 años como inversión a largo plazo. Un impuesto así costaría 25 dólares en el momento de la compra a alguien que adquiera 10.000 dólares de acciones de IBM. Si el precio se dobla en diez años, luego tendrá que pagar 50 dólares cuando las venda. Estas cantidades resultan ridículas al lado de lo que tendrá que pagar de impuestos sobre ganancias del capital.
Del mismo modo, si un granjero tiene que pagar un impuesto del 0,02% al comprar futuros para asegurar su cosecha de trigo, el coste por asegurar una cosecha por valor de 400.000 dólares sería de 80 dólares. Esta cantidad tendría muy poco efecto en su decisión de asegurar la cosecha o en las ganancias que obtendrá por ella. De hecho, como el precio de negociar acciones, futuros y otros activos financieros ha caído fuertemente durante las últimas tres décadas, un impuesto modesto sobre las transacciones solamente haría subir su coste a precios de hace 15 o 20 años.
Un pequeño aumento de los costes de transacción sería una carga muy manejable para quienes que utilizan los mercados financieros para sostener sus actividades productivas económicamente. Sin embargo, impondría un coste mucho más serio para aquéllos que ven el mercado financiero como un casino en el que hacer sus apuestas cada día, hora o minuto. Los especuladores que cuentan con meterse en el mercado a las 2 de la tarde y recoger sus ganancias a las 3 son los que estarían sujetos a un riesgo mucho mayor si tuviesen que pagar un impuesto a las transacciones financieras, por modesto que fuera.
Del mismo modo, los ingenieros financieros que se especializan en desarrollar complejos instrumentos financieros puede que consideren un FTT un fastidio. Un FTT podría implicar que sus instrumentos derivados fuesen gravados en varios momentos distintos. Por ejemplo, la adquisición de una opción sobre una acción sería gravada, así como lo sería también la compra en si misma de la acción si ésta se ejecutase. Derivados más complejos podrían acabar sujetos al impuesto varias veces, reduciendo sustancialmente el beneficio potencial generado por la mera complejidad.
Los de Wall Street y sus voceros insistirán en que un FTT no se puede obligar a pagarlo fácilmente, y que simplemente provocaría una huída del comercio hacia otros países. Hay sin embargo un pequeño problema con este argumento, llamado "Reino Unido". El Reino Unido ha tenido en vigor un impuesto sobre las compraventas de acciones durante décadas (las transacciones de derivados y otros instrumentos financieros no están gravadas). La cantidad que se recauda cada año sería el equivalente en la economía estadounidense a 30 mil millones de dólares. Obviamente, este impuesto puede conseguirse que se pague.
De hecho, podemos ir más lejos que el Reino Unido y añadir otras medidas para hacer que la obligación de pago sea más divertida. Por ejemplo, podemos dar a los trabajadores un incentivo para que informen sobre el fraude de sus jefes dándoles un 10% de cualquier ingreso o multa que recaude el gobierno. Debe haber sin duda muchos oficinistas en el sector financiero que agradecerían tener la oportunidad de convertirse en millonarios simplemente delatando a sus jefes.
Por otro lado, está claro que la posibilidad de que la industria financiera se vaya a otros países no debería preocuparnos en absoluto. ¿Porqué debería preocuparnos más el tener que comprar nuestros servicios financieros a otros países de lo que nos preocupa tenerles que comprar nuestro acero? Si el sector se va a otro país, entonces será también para corromper a los políticos de otro país.
El argumento es pues simple. Un FTT podría permitirnos recaudar más de 100 mil millones de dólares al año para poder financiar la sanidad pública o cualquier otra partida presupuestaria que consideremos necesaria. Lo hace de una forma muy progresiva en términos fiscales y debilitaría la influencia del sector financiero tanto política como económicamente. De hecho incluso Larry Summers, el jefe del Consejo Económico Nacional del Presidente Obama, ha dicho alguna vez que un FTT es una buena idea.
Como nos recordaba el Presidente Obama en referencia a las bonificaciones en los sueldos de AIG, no podemos gobernar con odio. Sin embargo, podemos gobernanr con un claro sentido de la justicia y la buena economía. Un impuesto a las transacciones financieras cumple con ello.
Dean Baker es co-director del Center for Economic and Policy Research (CEPR). Es autor de Plunder and Blunder: The Rise and Fall of the Bubble Economy.
Traducción para www.sinpermiso.info: Xavi Fontcuberta
miércoles, 13 de mayo de 2009
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